¿Por qué no me lo habré hecho antes?
Hace unos días vino una paciente a consulta para la revisión tras un
tratamiento de botox, tardó tiempo en decidirse a hacérselo, aunque yo se lo
había recomendado en varias ocasiones. Mientras comparábamos el resultado con
las fotos previas, me comentó: ¿Porqué no me lo habré hecho antes?
Su pregunta me ha hecho
reflexionar, ¿Qué es lo que puede hacer que una persona no se haga un
tratamiento estético?
Dada la retórica pregunta
de la paciente creo que la causa fundamental son los prejuicios: miedo a que la
técnica resulte dolorosa, a que el resultado no sea el esperado o, sobre todo, a
que el cambio sea evidente para los demás.
Efectivamente, no podemos negar que las técnicas pueden resultar molestas.
La mayoría de las técnicas consisten en inyectar productos a diferentes niveles
de la piel, y, es de esperar, que el pinchancito de la aguja se note. Aunque a
este respecto debo explicar que también usamos técnicas para minimizar ese
dolor: el frío, la anestesia y, sobre todo, la técnica de inyección.
En cuanto a los resultados esperados, quizás sea la parte más complicada.
Nuestra misión es ajustar a la realidad dichas expectativas, es decir, hacer
ver que es lo que se puede conseguir lejos de expectativas irreales. Hay
pacientes que quieren una frente sin ninguna arruga o unos labios como los que
tiene alguna conocida y, aunque se trate de un deseo muy legítimo, es probable
que el resultado no llegue a satisfacer al paciente. Parte de nuestra labor es
adelantarnos a esa posible desilusión y ofrecer una alternativa válida,
realista y personalizada.
Quizás, en todo esto, la
palabra clave sea: personalizada. Aunque la flacidez, los surcos, las arrugas de expresión… son algo que nos afecta a todos, no lo hace con todos de la misma
manera. Hay que analizar a cada paciente de forma individualizada: ¿Qué es lo
que le da la expresión de cansancio, de enfado, de tristeza…? Una vez visto el
problema de cada uno es factible tratarlo para que el resultado satisfaga, en
primer lugar, al paciente y también, aunque en un segundo lugar, al médico
estético.
El miedo a que el resultado sea notorio en nuestro entorno es,
posiblemente, el factor de mayor peso para retrasar, o no llegar a realizar, un
tratamiento.
Creo no equivocarme al
pensar que a todos nos gusta que nos digan: “¡Qué bien te veo!, “¡Estás
estupenda/o!” … o alguna otra frase de este tipo. Nuestra filosofía es llegar a
conseguir que el entorno perciba el cambio, esa mejoría, sin que puedan llegar
a saber a qué se debe. La idea es conseguir rejuvenecer el rostro, aliviar
tensiones, expresiones que trasmitan cansancio, malhumor, pero sin modificarlo.
Tras un tratamiento, la paciente tiene que seguir viéndose a sí misma, pero con
unos años menos, con una expresión más fresca. Si conseguimos eso, el entorno
notará también ese “Je ne sais quoi” que dirían los franceses. Esos cambios que
por separado son prácticamente imperceptibles y que, en conjunto, generan un
cambio perceptible, pero, siempre, sin modificar la esencia.
Espero que, después de haber leído este post, no os queden dudas y vuestra próxima
pregunta sea: ¿Cuándo podré hacerme el tratamiento que deseo?
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