Los labios de Angelina Jolie


En nuestra práctica diaria, alguna paciente nos ha pedido “Quiero tener los labios de Angelina Jolie o los pómulos de Kim Kardashian…”

En la consulta de medicina estética, esta petición se encuentra doblemente alejada de la realidad. Por un lado, las bases anatómicas sobre las que trabajamos son únicas en cada paciente y esto hace prácticamente imposible reproducir rasgos y, por otro lado, para conseguir rasgos armónicos no podemos modificar en exceso ninguno de ellos pues perderíamos el aspecto natural de la cara.

“Se ha hecho los labios” es una forma muy gráfica de definir el tipo de tratamiento del que debemos huir en la consulta. El tratar, perfilar unos labios o dar volumen a nivel de los pómulos, va destinado a mejorar estéticamente lo que la naturaleza nos ha dado y no a transferir o a implantar un modelo, como si de una fábrica se tratase.

Algo que pretendemos evitar en CDI son ese tipo de tratamientos, que podríamos definir como “realizados en cadena”, y que acaban haciendo que los pacientes se parezcan entre sí.

Al trabajar estéticamente sobre una cara, tenemos una base estructural que, nos deja cierto margen de maniobra. La anatomía ósea nos es individual y sobre ella descansan nuestros rasgos. Por ejemplo, sobre la morfología de los labios intervienen la forma del maxilar y de la mandíbula o la posición y aspecto de la dentadura. Y, aunque existen técnicas quirúrgicas para variar dicha base, suelen ser agresivas (por ejemplo, el tratamiento del prognatismo) o requerir mucho tiempo para obtener resultados (técnicas de ortodoncia). En Medicina estética, sin embargo, disponemos de una alternativa como son los rellenos para poder variar, siempre de forma armónica, dicha base, aunque no es la única herramienta de la que disponemos. Como decía antes, sobre la base estructural se encuentra la parte funcional, los rasgos faciales no son algo estático, sino que están en movimiento y transmiten emociones. Y sobre esta parte también actuamos, intentando limitar las expresiones de cansancio o tristeza.

Por otro lado, la percepción que tengamos de un rasgo depende, en gran parte, de su relación con los rasgos que lo rodean. En concreto, el aspecto de la boca puede variar dependiendo del ángulo que forma el labio superior con la nariz o el inferior con el mentón. Por lo que, en ocasiones, tratando algo cercano, de lo que no era consciente el paciente, conseguimos resaltar lo que ya estaba allí. Así, aunque la demanda del paciente sea sobre sus labios, en la consulta, podemos tratar el músculo mentoniano o rellenar la base de la nariz para conseguir un perfil más relajado en el que los labios cobren protagonismo sin haberlos tratado directamente.

Como conclusión, un buen tratamiento no se obtiene repitiendo un mismo esquema de tratamiento en todos los pacientes, sino que es fruto de la combinación de los siguientes factores: una buena técnica, la experiencia profesional que nos dota de un sentido estético y escucha activa de las preocupaciones del paciente.

Esta escucha activa es, más bien, un diálogo durante el cual deben generarse expectativas reales y durante el cual hay que saber decir “no” cuando se considera que las pretensiones del paciente se alejan de un resultado estético y natural.




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